Por: Andrés Venegas, historiador. Historia del Polo en Colombia @poloencolombia
El polo como forma de adiestramiento militar es tan antiguo como el deporte mismo. Desde su origen como pasatiempo de tribus asiáticas, pasando por su práctica como juego folclórico en Manipur, hasta su configuración como deporte por parte de los británicos, el polo se ha utilizado para perfeccionar habilidades propias del combate a caballo. De la mano de los húsares de caballería británicos —quienes llevaron el deporte de la India al Reino Unido y, simultáneamente, al resto del Imperio— el polo evolucionó hasta convertirse en la disciplina que conocemos hoy.
Aunque en Sudamérica la llegada del polo provino principalmente de estancieros, comerciantes, diplomáticos o locales —la mayoría de origen británico o con vínculos con el Imperio, dependiendo del país—, los diferentes ejércitos nacionales fueron descubriendo lentamente las virtudes de este deporte como herramienta formativa.
La breve pero significativa historia del polo militar en Colombia comenzó en 1938, impulsada por el entonces Ministro de Guerra y su interés en utilizar el deporte como un método de formación para los oficiales de caballería, a la altura de los grandes ejércitos internacionales. Las primeras prácticas se realizaron en el campo de Santa Ana, en Usaquén —utilizado para maniobras militares—, bajo la guía de Carlos N. Land, destacado polista argentino radicado por unos meses en Bogotá.
Gracias a este impulso y con el apoyo del encargado de negocios de Bélgica, se instauró la copa que llevaría el mismo nombre de ese reino, que debía disputarse anualmente entre equipos de diferentes unidades militares. Esta copa se jugó por primera y única vez en 1939, con la participación de equipos de artillería y caballería del Ejército; resultó ganador el equipo artillería Palacé de Buga.
Un año después, el polo militar reaparecería con la participación del Ejército en el Torneo Nacional de Polo, junto con un equipo de Antioquia y tres de Bogotá. En este torneo, el Polo Club de Bogotá clasificó directamente a la final debido al alto hándicap de sus jugadores, mientras que los otros equipos se enfrentaron en una fase eliminatoria. El equipo del Ejército, conformado por los tenientes Nelson Monsalvo, Carlos García, Víctor Olaya y Eduardo Muñoz Rivas, se midió contra el Polo Club Santa Fe. La superioridad en la caballada y el nivel de juego del equipo santafereño resultaron en una contundente victoria de diez goles a cero, dejando al Ejército fuera del torneo.
Desafortunadamente, tras este resultado, el polo militar cayó en la oscuridad, limitándose a encuentros internos y pequeñas copas. A pesar de varios intentos por revitalizarlo, su práctica llegó a su fin hacia mediados de la década de 1940.
No obstante, esta corta pero interesante etapa del polo militar en Colombia dejó un legado valioso: el deseo de mejorar las habilidades ecuestres de los oficiales y promover cualidades como el liderazgo, el trabajo en equipo y la estrategia. Habilidades fundamentales tanto en el ámbito militar como en la vida diaria, que demuestran la seriedad, disciplina y valores que el polo exige, y que continúan vigentes hasta hoy.