Por: Andrés Venegas, historiador. Historia del Polo en Colombia @poloencolombia
A los primeros jugadores de polo en Bogotá, cualquier caballo les servía para jugar este deporte. Más allá de sus atributos como jinetes, la realidad era que no tenían mucho de dónde escoger. El origen de los caballos era el mismo para todos: caballos criollos de origen ibérico que, con el tiempo, se habían adaptado a las condiciones geográficas del altiplano cundiboyacense. Algunos de estos primeros caballos que jugaron polo eran de trote, de paso o de coche; animales que, tras una larga semana trabajando el campo, cargando carbón o llevando leche, eran llevados de la hacienda al club. Este fue el caso del famoso “Michico” de Pepe Child, un caballo carbonero que demostró ser el mejor jugador de su época y fue vendido por la alta suma de $10 pesos de la época a Milcíades Sayer. También destacan “Reverbero” y “Senador” de Tomás Samper; “Charro” de Ignacio Sanz de Santamaría; “Curubito” y “Fígaro” de Joaquín Samper; “Taburete” y “Menú” de Álvaro Uribe Cordovez; “Ravachol” y el polémico “Tinterillo” de Evaristo Herrera. Justamente “Tinterillo” causó gran conmoción en el Polo Club de Bogotá cuando su dueño lo vendió por la alarmante suma de veinte libras esterlinas —aproximadamente dos mil libras esterlinas actuales— a Spencer S. Dickson, vicecónsul británico en Colombia.
Tras la inesperada muerte de Pepe Child en 1909, y en su honor como pionero del deporte en el país, el Polo Club de Bogotá creó en 1911 el premio Child, otorgado al mejor caballo de polo de la temporada. Gracias a esta iniciativa se fomentaba el mejoramiento de la raza del caballo de polo y se generaba una sana competencia entre los socios del club por tener el mejor ejemplar. Con el paso de los años, jugadores como Alejandro Gómez introdujeron caballos de pura sangre, entre ellos sus yeguas “Mignon” y “Poly”. De igual manera, Jorge Sanz de Santamaría comenzó a mejorar los caballos de polo en la ciudad, adquiriendo algunos descendientes del reproductor francés “Loocrup”, a los cuales adiestró para la práctica del deporte. Con “Karnat”, Sanz de Santamaría ganó el premio Child, iniciando la organización de una caballada específica para el polo.
Aprovechando los tours internacionales, también se adquirieron caballos de mejor raza, como sucedió durante la visita del Quito Polo Club en 1937. Finalmente, con la llegada del jugador argentino Carlos N. Land —quien había ganado el Campeonato Argentino Abierto de Polo en cinco ocasiones con los equipos North Santa Fe, Las Rosas y Santa Inés— se incorporó un pequeño lote de caballos argentinos en 1939.
No sería hasta 1945, después de la visita del Lima Polo and Hunt Club en 1944, liderados por el argentino José Presa Roca, que se produjo un cambio fundamental en el caballo de polo colombiano. Tras un acuerdo con el Ejército Nacional, el Polo Club de Bogotá y el Polo Club Santa Fe, Presa Roca se comprometió a traer 60 caballos para distribuir entre las partes; sin embargo, solo llegaron 43 en febrero de 1945. Estos caballos se repartieron entre los mejores jugadores de la época en Medellín y los dos clubes de Bogotá. Gracias a estos nuevos refuerzos, la caballada local mejoró considerablemente, dando un fuerte impulso al deporte y optimizando la raza equina existente en el momento.
A partir de la década de 1960, y con la continua llegada de jugadores argentinos que traían caballos para la venta, la caballada de polo en Bogotá se fortaleció genéticamente, permitiendo, a largo plazo, consolidar el polo en la capital.